EL CIUDADANO
El ciudadano”, como “camarada”, ha sido y todavía es una palabra revolucionaria. Ambas palabras han sido títulos orgullosamente adoptadas por el hombre para marcar su liberación de las garras del despotismo y la tiranía. Ambos títulos son todavía utilizados por aquellos que todavía no han obtenido su admisión a la fraternidad de los hombres libres por igual.
El rango y el estatus de la ciudadanía primeramente apareció en el mundo antiguo con el principio del gobierno constitucional de las ciudades-estado de Grecia. Los griegos estaban conscientes de este hecho, y orgullosos de esto. En los mismos términos, se posicionaban así mismos aparte de los bárbaros que eran materia del Gran Rey de Persia, o el Faraón Egipcio. Los destellos Espartanos, según Herodoto, obedecían al comandante Persa: “La experiencia es solo la mitad, la otra mitad va mas allá de nuestro conocimiento. La vida de un esclavo lo prueba, pues al nunca haber probado la libertad, no pude decir si es dulce o no”.
No solo Herodoto y Thucydides, pero también los grandes poetas trágicos, notablemente Aeschlus en “El Persa”, establece este sentido Helénico de la distinción de la gente que los rodean que aun vivían bajo sumisiones infantiles. Pero los griegos también eran conscientes de que su madurez political de ciudadanos auto-gobiernonados era, como lo indica Aristóteles en “Política”, un reciente desarrollo de las condiciones primitivas con las cuales un jefe de tribu gobernaba deseosamente.
La distinción básica entre sumisión y ciudadanía es inseparable de la igualmente distinción básica entre absoluto y limitado, o entre un gobierno déspota y constitucional. La diferencia entre estas dos forma de gobierno es tocada en el capitulo de CONSTITUCION. Es suficiente aquí hacer notar la diferencia en la autoridad y el poder atribuida a los gobernantes –según si es absoluta o limitada—corresponde a un estatus diferente, el grado de libertad y los derechos y privilegios de la gente.
Para poder entender la ciudadanía es necesario entender las diversas formas en las que el hombre puede pertenecer o ser parte de una comunidad política. Existen dos divisiones entre los hombres dentro de una comunidad la cual nos ayuda a definir la ciudadanía.
De acuerdo a una de estas divisiones, los oriundos se separan de los invasores y los foráneos. En los estado-ciudad griegos era casi imposible para los invasores convertirse en ciudadanos. Plutarco hace notar que la ley de naturalización de Solon, la cual califica como de “carácter dudoso”, no permitiría a los desconocidos convertirse en ciudadanos a menos que “estuvieran en exilio perpetuo de su propio país, o vinieran con su familia entera a residir aquí”. Los invasores que fueran permitidos en la ciudad eran usualmente una clase aparte.
En Roma la situación era diferente; era posible que los forasteros recibieran el gran honor de la ciudadanía romana. “Los genios aspirantes de Roma”, escribe Gibbon, “sacrifican la vanidad a la ambición, y seria más prudente, al igual que honorable adoptar la virtud y el mérito para sí mismo, donde quiera que se encuentre, entre los esclavos o extraños, enemigos o bárbaros”.
La mayor parte de las repúblicas modernas establecen procedimientos de naturalización para la admisión regular de algunos inmigrantes, si no es que todos, para ser miembros en el Estado. Aun así, siempre quedaran diferencias entre un ciudadano y un ciudadano naturalizado, o simplemente un residente. Respectivamente, Rousseau critica a Jean Bodin por confundir a los ciudadanos con pobladores. “M. D’Alembert”, dice, “que ha evitado este error, y en su articulo sobre Ginebra, ha claramente hecho la distinción en las cuatro ordenes del hombre (o hasta cinco, de la cuales solo dos componen la República)”.
Según la segunda forma en que el hombre se ha dividido entre la comunidad política, el hombre libre es separado de los esclavos. En la plebe, a pesar de ser oriundos-nativos, no son miembros de la comunidad política, pero solamente una parte de su propiedad. Un esclavo, según Aristóteles, es “el cual, siendo un humano, es también una posesión”. Pero, dice en otro lugar, “propiedad, a pesar de que los seres vivientes están incluidos, no es parte del Estado; para un Estado no es solo una comunidad de cosas vivientes, sino una comunidad de iguales”.
Sobre este principio, Aristóteles excluye, mas que a los esclavos, del estatus y privilegios de la ciudadanía. “No podemos considerar a todos aquellos de ser ciudadanos”, escribe, “que son necesarios para la existencia del Estado; por ejemplo, los niños no son ciudadanos al igual que los hombres adultos ... En tiempos antiguos, y entre algunas naciones”, continua, “la clase de artesanos eran considerados esclavos o foráneos, y por eso la mayoría lo son ahora. La mejor forma de Estado no los admite como ciudadanos”.
El “esclavo que aspira a las características de los individuos”, y los “mecánicos o trabajadores que son sirvientes de la comunidad” deben ser considerados como “gente necesaria” pero no como miembros del Estado. Cuando discute acerca del tamaño y el carácter de la población para un Estado ideal, Aristóteles dice, “optamos por no incluir a todos, es por esto que debe existir siempre una multitud de esclavos, jornaleros y foráneos; pero debemos incluir solo aquellos que son miembros del Estado, y que forman parte esencial de mismo”.
La exclusión de los esclavos y residentes invasores de la membresia de una comunidad política tiene un profundo apoyo en el significado de conceptos políticos expresados por las palabras “la gente (el pueblo)”. El pueblo no es lo mismo que la población –todos aquellos seres humanos que viven dentro de los limites del Estado. Aun en sociedades que han abolido la esclavitud y en las cuales el sufragio tiende a ser sin restricciones, los infantes y los invasores permanecen afuera de la vida política. El pueblo es siempre una parte –la parte activa—de la población.
La distinción de los ciudadanos y los esclavos, infantes o invasores no es todo. Los sirvientes del rey no son esclavos, tampoco ciudadanos de la República. Pero al igual que los ciudadanos, los sirvientes tienen una membresia en la comunidad política. Constituyen la población que sirve al rey al igual que son gobernados, excepto si es un tirano, y solo si es un tirano, los trata como si fueran de su propiedad, para ser usados a su placer o interes. Algunas veces se hace una distinción entre ciudadanos de primera y de segunda clase y después la plebe, que ocupa una posición intermedia entre la ciudadanía y la esclavitud. “Al partir de que existen muchas formas de gobierno”, Aristóteles escribe, “deben existir muchas variedades de ciudadanos, especialmente de ciudadanos que son sometidos; entonces bajo algún gobierno, los mecánicos y los jornaleros serian ciudadanos, pero no en todos”. El significado completo de la ciudadanía cambia para Aristóteles cuando la clases asalariadas son admitidas.
Desde un diferente punto de vista, Aquinas establece que “se puede decir que el hombre es un ciudadano en dos maneras: primero, absolutamente; segundo, en el sentido restringido. Un hombre es un ciudadano absolutamente si el posee todos los derechos de la ciudadanía; por ejemplo, el derecho a debatir o votar en una asamblea popular. Por otra parte, cualquier hombre pude ser llamado ciudadano solo en el sentido restringido si habita dentro del Estado, hasta la gente mas baja, los infantes o los hombres mayores, que no están facultados para disfrutar de poder en busca del bienestar común”. Aquellos que se encuentran sin categoría, pero no son esclavos, son sirvientes mas que ciudadanos en el mas extenso sentido.
Es posible, por supuesto, que el hombre tenga el status dual de sirviente y ciudadano, como es el caso hoy en día en Inglaterra y domino del auto-gobierno Británico de los comunes. Este doble estatus no nubla la distinción entre los ciudadanos y los sirvientes; si no que ejemplifica la naturaleza mixta en una forma de gobierno en el cual ambos, la realeza –por los menos en los vestigio de la monarquía—y el gobierno constitucional. En los tiempos de Locke, cuando una gran victoria constitucional había sido ganada en contra del despotismo del último Stuart, el pueblo Ingles aun no se consideraban así mismos como ciudadanos. Observando que el titulo de ciudadanos nunca se había dado “a los sirvientes de ningún príncipe, ni siquiera en la antigua Maceonia”, Rousseau se encuentra así mismo comprometido a añadir: “ni siquiera los Ingleses de hoy en dia, a pesar de estar mas cerca de la libertad que ningún otro”.
A diferencia de los ciudadanos, los súbditos del rey, especialmente de un notado poder absoluto, no tienen voz en su propio gobierno, y no existen medio legales para proteger sus derechos naturales como hombres. Hasta que el gobernante no actúe con tiranía, gobierna para el bienestar de su gente, y por esto, a pesar de que esto es déspota en el sentido del residir con poder absoluto sobre los inferiores políticos, es benevolente en el sentido de servir en lugar de usarlos.
Pero si falla al ser benvolente y se convierte a la tiranía, sus súbditos no tienen recursos, solo la rebelión. Deben recurrir a la violencia para emanciparse así mismos de las condiciones que los acerca a la esclavitud.
Un ciudadano, por otra parte, es salvaguardado en sus derechos legales y naturales y, en las repúblicas modernas, por los menos, es proveído con medios jurídicos para rectificar las supuestas injusticias. Para los ciudadanos, el derecho de rebelión en el último recurso, no el único.
Las distintas condiciones de la esclavitud, sumisión y ciudadanía puede ser resumida al definir tres formas en las cuales los gobernantes se relacionan con las personas a quien gobierna. Estas tres relaciones parecen haber sido claramente diferenciadas por Aristóteles.
Él encuentra estas tres relaciones en la estructura de una familia-hogar, considerando que la han constituido desde la antigüedad. En el manejo de una familia-hogar, escribe, “existen tres partes –uno el mando de un maestro sobres los esclavos ...otro es el padre y el tercero es el esposo”. En cada caso, “el tipo de mando difiere: el hombre libre manda sobre el esclavo en diferente forma en que el macho mando sobre la hembra, o el hombre sobre el niño”.
Como ya hemos visto, Aristóteles concibe al esclavo como una pieza de propiedad. Cuando dice que el esclavo “pertenece enteramente a su maestro” o que “él pertenece en parte a su maestro, una parte viviente pero aparte de su cuerpo” el esta obviamente considerando al esclavo sometido. Existen, como lo indica el capitulo de ESCLAVITUD, otros tipos y grados de esclavitud menos extrema que esta.
Pero la esclavitud sometida, mas claramente que las atenuadas formas de servidumbre, define la naturaleza del amo. El amo maneja o usa al esclavo al igual que maneja o usa otros instrumentos –herramientas sin movimiento o animales domesticados. En “El mandato del amo”, Aristóteles declara, es “primordialmente ejercitado con un punto de vista según los intereses del amo”. Aun así “accidentalmente considera al esclavo, si tomamos en cuenta que el esclavo muere, el mando del amo perece con él”.
Así concebida, el esclavo carece de todo vestigio de libertad política. Es tratado como radicalmente inferior a su amo –casi como si fuera menos que el hombre.
No tiene voz en su propio gobierno, ni es su bienestar una prioridad para su amo. En pocas palabras, se da la esclavitud cuando un hombre gobierna a otro en el sentido en el que el hombre maneja su propiedad, usándolo para su propio bien.
Cuando un hombre gobierna a otro en la forma en que un buen padre administra los asuntos de los hijos como miembros de un hogar, tenemos un tipo de mando que también aparece en la relación entre el rey absoluto o déspotas benevolentes hacia sus súbditos. “El mandato de un padre sobre un hijo es real”, Aristóteles escribe, “por que manda con la virtud de ambos, el amor y el respeto de acuerdo a la edad, ejercitando un tipo de poder real... como un rey”, Aristóteles añade, “debe ser del mismo tipo con ellos, y tal es la relación del adulto y el joven como es el del padre e hijo”.
Del tipo de mando análogo en la familia, vemos dos diferencias entre las condiciones de un esclavo y los súbditos bajo mando absoluto o déspota en el Estado. La inferioridad del niño, a diferencia del esclavo, no es su condición permanente. Es un aspecto de su inmadurez. Ellos son temporalmente incapaces de juzgar el bien, y necesitan la dirección de su superior en edad, experiencia y prudencia. Pero el infante posee algo de igualdad con sus padres, por la extensión de su humanidad es reconocido como la razón de por que ellos no deben ser tratados como esclavos, pero gobernados para su propio bienestar.
El gobierno sobre los infantes, Aristóteles declara, “es ejercitado en la primera instancia para el bien del gobernado, o por el bien común de ambas partes, pero esencialmente para el bien del gobernado”. En la misma forma, los súbditos de un déspota benevolente, o de cualquier monarca absoluto que mande paternalmente, se dice que esta siendo gobernado para su propio bien. Ellos sirven, no son usados, para sus amos; y por ende poseen un grado de libertad política. Pero no poseen la completa libertad que existen solo en el auto-gobierno.
Esto ocurre solo bajo el mandato constitucional, que para Aristóteles tiene una analogía imperfecta en la familia en relación de marido y mujer. En el Estado, sin embargo, esta perfectamente representado por la relación entre los que componen la república y los otros ciudadanos. “En el Estado constitucional”, dice Aristóteles, “los ciudadanos mandan y son mandados en turnos; la idea de un Estado constitucional implica que la naturaleza de los ciudadanos son iguales, y no difieren del todo”. Los ciudadanos, en otras palabras, son “los que poseen el poder de tomar parte en la administración deliberada o judicial del Estado”. Rousseau parece tener concepciones similares del ciudadano en ambas, el gobernante y el gobernado, a pesar de usar la palabra “súbdito” para designar al ciudadano gobernado. “El pueblo”, escribe, “es llamado ciudadano, compartiendo el poder, y súbditos, cuando están bajo las leyes del Estado”.
El hombre que es el representante en un gobierno constitucional es primeramente un ciudadano, y segundo es un oficial vestido con la autoridad de un cargo político, el ciudadano es un hombre gobernado por sus similares y gobernado como igual. Observando esto hechos, Aristóteles describe a la ciudadanía como “el cargo indefinido” propuesto por una constitución. Es indefinido en comparación con los varios magistrados u otros cargos que poseen funciones asignadas mas definidas. Si partimos de que un ciudadano es gobernado solo por otros ciudadanos y que posee la oportunidad de gobernar a otros, la ciudadanía envuelve a la libertad política en el sentido más amplio. Esto no significa la libertad del gobierno, sino libertad a través del auto-gobierno –toda la libertad de la que el hombre puede gozar en la sociedad, libertad bajo ley y proporcionada por la justicia.
Dos de estas tres condiciones políticas –esclavitud y sumisión—naturalmente reciben un mayor tratamiento en el capitulo de ESCLAVITUD. La discusión de la tercer condición, la ciudadanía, pertenece no solo a este capitulo, sino también al capitulo de CONSTITUCION, y a otros capítulos que lidian con las formas del gobierno constitucional, como la ARISTOCRACIA, DEMOCRACIA Y OLIGARQUIA.
Por la misma razón por la que los revolucionistas en contra del absolutismo o el despotismo en el siglo XVII utilizan la frase “gobierno libre” para instituciones republicanas, también utilizan “ciudadano” para designar al hombre libre, un hombre que posee la libertad política e igualdad que designan como el derecho natural del hombre, solo por el hecho de ser hombres. Al respecto, no difieren sustancialmente de sus ancestros griegos y romanos que aprecian al gobierno constitucional y la ciudadanía como condiciones de libertad e igualdad.
Mas profundamente, como los constitucionalistas de la antigüedad, los republicanos del siglo XVIII son, con pocas excepciones, no demócratas en el sentido de extender los derechos y privilegios de la ciudadanía a “todos” los adultos. En el siglo XVIII la esclavitud todavía existía; y una gran parte aun en aquellos que no compartían lazos económicos, permanecen fuera del rango de la ciudadanía, descalificado por accidente al nacer como la raza o el sexo, y por su falta de suficiente riqueza o propiedades que lo hacen necesario para ellos para trabajar o sobrevivir. No solo un antiguo filosofo como Aristóteles que piensa que “la clase gobernante debe ser la propietaria de las propiedades, es por esto que hay ciudadanos, y los ciudadanos del Estado deben estar bajo buenas circunstancias; donde los mecánicos no deben tener ninguna participación en el Estado”. En el siglo XVIII, al igual que en la antigua Grecia, extender los privilegios de la ciudadanía para motivar a los aprendices, asalariados o jornaleros, es una forma de radicalismo conocida como “democracia extrema”.
Kant puede ser considerado como representativo de un punto de vista iluminado en el siglo XVIII. Él encuentra que existen “tres atributos jurídicos” que pertenecen por derecho a los ciudadanos: “1. Libertad constitucional, como el derecho de cada ciudadano de tener u obedecer solo la ley a la que ha dando su consentimiento u aprobación; 2. Igualdad civil, como el derecho del ciudadano para reconocer a nadie como superior entre la gente que se relaciona... y 3. Independencia política, como el derecho de ser dueño de su existencia y continuidad en una sociedad y no a la voluntad arbitraria de otro, sino a su propio derecho y poder como miembro de los comunes”.
Este ultimo atributo lleva a Kanto a distinguir entre “ciudadanos pasivos y activos”. A pesar de que admite que esto “parece estar en contradicción a la definición de un ciudadano como tal”, él concluye en que existen algunos en la comunidad sin derecho a todos los privilegios de la ciudadanía. Es su concepción, ampliamente compartida en el siglo XVIII, que el sufragio, el cual “propiamente constituye la calificación política de un ciudadano”, presupone a la “independencia o auto-suficiencia del ciudadano individuo entre la gente”.
Consecuentemente niega que el sufragio sea “para todos los que están comprometidos a mantenerse a uno mismo sin obedecer a su propia industria, sino a su arreglo con otros”. Esta restricción, dice, incluye “al aprendiz de un mercader, un sirviente que no esta bajo el empleo del estado, los menores” y “todas las mujeres”. Ellos son “partes pasivas” del estado y no tienen “el derecho de tratar con el estado como miembro activo de él, de reconocerlo, o de tomar acción al introducir ciertas leyes"” Kant insiste, sin embargo, que “debe hacerse posible para ellos levantase de esta condición pasiva del estado, a la condición de ciudadanía activa”.
La discusión abierta muestra la conexión entre la idea de la ciudadanía y los dos movimientos revolucionarios los cuales J. S. Mill hace notar en la historia del pensamiento y acción política. El primero es el movimiento para obtener “reconocimiento de ciertas inmunidades, llamadas libertades políticas o derechos, la cual seria reconocida como una rama del deber para ser infringida por el mandatario, y si de hecho infringe, resistencia especifica o rebelión general, seria justificable”. Este es el esfuerzo revolucionario para derrocar al despotismo y para establecer un gobierno constitucional, que con el estatus de ciudadanía para por lo menos una parte de la población –frecuentemente mucho menos de la mitad.
El segundo movimiento revolucionario va mas allá. Presupone la existencia de un gobierno por ley y procura perfeccionarlo. Es por esto que busca a obtener “el establecimiento de verificaciones constitucionales, por la cual el consentimiento de la comunidad o algún tipo de cuerpo, supuestamente representa sus intereses, se hace una condición necesaria para algunos de los más importantes actos del poder gobernante”. Desde entonces, según Mill, procura hacer efectivo el consentimiento del gobernado a través de una adecuada representación de sus deseos, este movimiento inevitablemente lleva a la lucha en contra de las franquicias de restricciones y por el sufragio universal, que admitiría a cada normal y adulto ser humano a ser libre e igual ante la ciudadanía.
Comentando acerca de aprecio a la igualdad en las naciones democráticas, Tocqueville escribe, “Es posible imaginar un punto extremo en el cual la libertad y la igualdad se encontrarían y mezclarían. Supongamos que todos los ciudadanos toman parte en el gobierno y que cada uno tiene un derecho igual a hacerlo. Entonces, ningún hombre es diferente de sus compañeros, y nadie puede tomar el poder tirano; el hombre seria perfectamente libre por que son enteramente iguales, y serian también perfectamente igual por que serian completamente libres”.
La primera revolución tiene una larga historia. Comienza en los ciudades-estado de Grecia que, al haber salido victoriosos ante los Persas, fueron derrotados por los conquistadores Macedonios. Vuelve a suceder de nuevo en el establecimiento de la República Romana después de la expulsión de los Tarcanos, y de nuevo es desecho cuando los Cesares asumen el poder absoluto. Esta parte de la historia es contada con emociones variantes por Plutarco y Polybius, Tacitus y Gibbon. Durante la Edad Media la misma lucha aparece en los esfuerzos varios para establecer la supremacía de la ley. La revolución aun continua en el siglo XVII y XVIII, y las nuevas alturas que alcanza son reflejadas en los escritos de un constitucionalista como Locke y republicanos como Rousseau, Kant y los Federalistas Americanos. La Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos son al parecer documentos clásicos de esta etapa histórica.
La segunda revolución, particularmente identificada por la lucha del sufragio universal, es relativamente un evento reciente. Sus raíces pueden retroceder hasta el tiempo de Cromwell y la actividad de los niveladores, y en el siglo XVIII a los escritos de John Cartwright. Pero lo que parece ser su primera expresión no aparece hasta el “Gobierno Representativo” de Mill. En este libro, Mill establece los principios de la franquicia de reformas que empezaron en el siglo IXX, pero que, en el caso del sufragio de la mujer, fueron retomadas apenas ayer y se encuentran todavía en progreso.
Todavía la lucha del sufragio universal –o, como diría Mill, la lucha para tratar a cualquier humano como “persona política” –no tiene un paralelo antiguo en el conflicto entre las constituciones democráticas y oligarcas la vida política de Grecia. Estos dos tipos de constitución eran opuestas en la calificación de la ciudadanía o puestos públicos. La constitución de la oligarquía restringía a ambas al hombre de riqueza considerable. En el otro extremo, como observa Aristóteles, la forma más radical de democracia Griega otorgada a la ciudadanía a las clases trabajados la cual no daba ninguna ventaja a los acaudalados magistrados.
El paralelismo no va mas allá. La democracia Griega, aun cuando negaba privilegios especiales a las clases acomodadas, nunca contemplo la abolición de la esclavitud o la emancipación política de la mujer.
Existen otras diferencias entre las instituciones modernas y antiguas las cuales afectar el carácter de la ciudadanía. El problema de quien debe ser admitido a la ciudadanía es fundamental en ambas épocas. Tan lejos como acentúa las condiciones de la libertad e igualdad política, el estatus de la ciudadanía permanece esencialmente igual. Pero los derechos y las obligaciones, los privilegios e inmunidades, que pertenecer a la ciudadanía varían con la diferencia entre el constitucionalismo antiguo y moderno.
Aun si hubieran sido escritas, las constituciones del mundo antiguo no hubieran declarado los derechos del hombre y el ciudadano. La significancia de estas innovaciones modernas (que probablemente empezaron con la Carta Magna) recae, no en la nueva concepción de la ciudadanía, sino en la invención de los medio jurídicos para abrazar a los cargos primarios de la ciudadanía con suficiente poder legal para protegerse de la invasión del gobierno. Comentando acerca de la Revolución Francesa y en la Declaración de los Derechos de Hombre, Tawney llama la atención a “la diferencia entre la ciudadanía universal e igual de Francia, con sus cinco millones de campesinos propietarios, y la igualdad organizada de Inglaterra establecida sólidamente entre las tradiciones e instituciones de las clases.
En “El Federalismo”, Hamilton mantiene que “el conjunto de derechos es, en sus orígenes” estipulaciones entre el rey y sus súbditos, puenteos o prerrogativas a favor de los privilegios, reservaciones de derechos no correspondientes al príncipe”. Defendiendo la ausencia de un paquete especial de derechos en la constitución original, él insiste que “la Constitución es por sí misma, en todo sentido racional, y para todo propósito un paquete de derechos”. Declara y especifica “los privilegios políticos de los ciudadanos en la estructura y administración del gobierno”, y “define algunas inmunidades y formas para proceder, que hacen relación a principios personales y privados”.
Sin embargo, el derecho de libertad de expresión, de auto-defensa y el derecho a un juicio ante un jurado, junto con la inmunidad de las búsquedas e interpretaciones de la ley “ex post facto” y el paquete que la acompaña, provee a las primeras enmiendas de la Constitución, y da a los ciudadanos protección adicional en contra de la interferencia de la actuación de sus deberes cívicos, como el pensamiento político independiente, o el ejercicio de sus privilegios humanos, como la libertad y libertad de creencia religiosa. La invención de estos índices constitucionales se logran después de la amarga experiencia de la cohesión e intimidación de los procedimientos de la Cámara, censura a la realeza, y poder ilimitado de la policía. Un ciudadano que pueda ser intimidado por su propio gobierno difiere solo en nombre de los súbditos de un déspota absoluto.
Además de poseer estos seguros legales, los tiempos modernos difieren de los antiguos ciudadanos en la forma en que los derechos y privilegios son ejercitados. La maquinaria del sufragio no es la misma cuando los ciudadanos actúan a través de representantes electos y cuando participan directamente en la deliberación y decisión del gobierno, votando en los foros públicos.
El problema de la educación para la ciudadanía se establece en algunos aspectos en casi términos idénticos y los tan diferentes filósofos políticos como Platon Mill.
En ambas “La República” y “La Ley”, Platon enfatiza que “la educación es la instrucción y dirección de la juventud hacia las razones correctas que afirma la ley”. Por estos medios no solo la educación afecta a las leyes, también las leyes por si mismas tienen una tarea educacional que cumplir. El programa educacional esta planeado y conducido por el Estado. Los guardianes –el único ciudadano en la República en el completo sentido del termino—están entrenados para la vida publica, primero por la disciplina de sus pasiones, y segundo por la cultivación de sus mentes. Sus pasiones son disciplinadas por la música y la gimnasia, sus mentes son cultivadas por las artes liberales y la dialéctica.
En la democracia que contempla Mill como un ideal, “el punto más importante de excelencia ...es la promoción de la virtud e inteligencia de la misma gente”. No hace notar un curriculum especifico para alcanzar en las escuelas. La superioridad de la democracia, según Mill, recae en el hecho de que llama a los ciudadanos “a medir sus intereses; para ser guiado, en caso de reclamos conflictivos, por otra regla fuera de sus parcialidades privadas; para aplicar cada tipo de principios que tienen como rasos la existencia de un bien común; y usualmente lo encuentra asociado como en los mismos trabajos mentales más familiarizados que sus propias ideas y operaciones, aquel cuyo trabajo seria la aplicación de la razón a su entendimiento, y estimular sus sentimientos hacia los intereses generales”. Con esto los hombres de “escuelas de espíritu publico” convierten al hombre en ciudadano al hacer el trabajo de los ciudadanos y aprendiendo a actual como tal.
En el futuro la ciudadanía seria actuar como hombres libres, que ¿Debería ser entrenado en su juventud para llegar a serlo? La orientación vocacional prepara al hombre para ser un artesano, no un ciudadano. Solo la educación liberal es adecuada para la tarea de crear inteligencia libre y critica requerida para la ciudadanía. En un estado que descansa en el sufragio universal, el problema de la educación se hace mayor bajo la lupa, y no una dificultad intrínseca.
Con la llegada del sufragio universal, el cual es apoyado por Mill, el estado debe enfrentar la responsabilidad de hacer accesible la educación liberal a todos los futuros ciudadanos. Al decir que todos los niños normales poseen suficiente inteligencia para llegar a ser ciudadanos.
El entrenamiento del carácter el siempre más difícil que el entrenamiento de la mente. En la educación para la ciudadanía, el problema del entrenamiento moral involucra el cuestionamiento –discutida en el capitulo de VICIO Y VIRTUD –aun si el hombre bueno y el buen ciudadano son idénticos en virtud.
Para Aristóteles, y parece que también para Mill, la virtud del hombre bueno bajo una constitución ideal seria idéntica a la del buen ciudadano. Al ser ambos gobernantes o gobernados “el buen ciudadano seria capaz de ambas cosas”, Aristóteles escribe, “Él debería saber como gobernar como un hombre libre –estas son las virtudes de un ciudadano. Y a pesar de ser distinto el temperamento y justicia de un gobernante de aquel de los súbditos, la virtud del buen hombre incluye a ambas; por la virtud del buen hombre que es libre y también súbdito, su justicia no será una sola sino una mezcla de diferentes tipos, como la que lo califica para gobernar o para obedecer”.
Las virtudes del ciudadano lo dirigen primordialmente a la actuación de sus obligaciones hacia el Estado. Pero en el bienestar del estado no es el estado final del hombre, si existen los dioses superiores que comandan a la realeza humana, y la humanidad común del hombre toma precedencia sobre su ciudadanía en el estado, entonces la virtud cívica no deja a la excelencia humana.