LAS EMOCIONES

Las emociones llaman nuestra atención de dos formas. Las experimentamos, algunas veces de una manera  en la que nos abruman; y las analizamos al definirlas y clasificarlas en varias pasiones, y al estudiar su papel en la vida humana y en la sociedad. En ocasiones inconscientemente las hacemos ambas al mismo tiempo, para el análisis que requiere de un desprendimiento emocional, y en momentos donde las pasiones no permiten al estudio o a la reflexión.

Con respecto a las emociones de los grandes libros,  se encuentran similarmente divididas en dos tipos –aquellas que son discusiones teóricas y aquellas que concretamente describen a las pasiones particulares del hombre, que exhiben su vigor, y que nos inducen a la experiencia. Los libros del primer tipo son científicos, filosóficos, o tratados teológicos. Los libros del segundo tipo son grandes épicas o poemas dramáticos, las novelas y obras, la literatura  de la biografía y de la historia.

Nosotros por costumbre pensamos que las emociones pertenecen al tema de estudio de la psicología –propio a la ciencia de los animales y del comportamiento humano. Vale la pena notar  entonces, que esto es primordialmente un desarrollo reciente, que aparece en los trabajos de Charles Darwin, William James, y Sigmund Freud. En siglos anteriores, el análisis de las pasiones ocurría en otros contextos: en los tratos de la retórica, al igual que en ciertos diálogos de Platon y en La Retórica de Aristoteles; en las discusiones griegas de las virtudes y el vicio; en la teología moral de Aquino y en La Etica de Spinoza; y en libros de teoría política, como en El Príncipe de Machiavelli y en Levithan de Hobbes.

Los tratados de Descartes sobre Las Pasiones del Alma son probablemente uno de los primeros discursos sobre el tema que se separaron de las consideraciones prácticas de la oratoria, de la moral y de la política. Solo subsecuentemente, las emociones se convirtieron en un objeto puramente del interes de la retórica en la psicología. Pero hasta entonces, en el interes de los psiquiatras o psicoanalistas –con el entendido de ser medicinales o terapéuticos—al poseer una vertiente fuertemente practica.

En los grandes trabajos de poesía e historia, no existe un desvío similar que tome lugar como desde Homero y Virgilio a Tolstoy, Dostoevsky, y Proust, o desde los Griegos a las tragedias de Shakespeare, de Plutarco y Tacitus a Gibbon. Lo que dijo Wordsworth acerca de los poemas líricos –esto es “las emociones recolectadas en la tranquilidad”—puede no ser aplicable a la narrativa en un sentido idéntico. Aun ellas también representan a las pasiones en su completa vitalidad. Sus páginas están llenas con las emociones del hombre en conflicto con otro o en el conflicto que sufre consigo mismo.

Esto no es menos cierto para la narrativa histórica que para la ficción. Las acciones memorables del hombre en las etapas de la historia no ocurrieron en la calma o en el silencio. Nosotros ciertamente no las recordaríamos tan bien si el historiador hubiera fracasado en recrear para nosotros la turbulencia de la crisis y la catástrofe, o si el biógrafo el tormento y el estrés que acompaña a las resoluciones de las vidas heroicas.

Es imposible, por supuesto, citar todos los pasajes relevantes de la poesía y de la historia. En muchos casos, nada menos que un libro completo seria suficiente. Las referencias particulares dadas en este capitulo, que están lejos de ser exhaustivas,  han  sido  seleccionadas  por  su ejemplificación  y su significado  particular con relación a un tópico en particular; pero el rango completo de tópicos conectados con las emociones, donde el lector deber ciertamente buscar mas allá en el espectro de la historia y de la poesía, y en los materiales en bruto con los cuales los científicos y los filósofos han intentado analizar y entender.

Para el estudioso de las emociones, Francis Bacon recomienda a “los poetas y escritores de historias” como “los mejores médicos de este conocimiento; donde podemos encontrar aspectos pintados con gran vida, y donde las afecciones son inducidas e incitadas; y como son pacificadas y retenidas; y como de nuevo contenidas de los actos de un grado mayor; como se revelan por sí mismas; como es que funcionan; como es que varían; como se reúnen y se fortifican; como son envueltas unas con otras; y como pelean y se encaran una con otra; y otras particularidades parecidas”.

Cuatro palabras –“pasión”, “afección” o “afecto”, y “emoción”—tradicionalmente han sido utilizadas para designar al mismo hecho psicológico. De estas, “Afecciones” y “afecto” han dejado de ser actuales generalmente, a pesar de que las encontramos con Freud; y “pasión”  es ahora usualmente  restringida para significar una de las emociones, o el aspecto mas violento de cualquier experiencia emocional. Pero si conectamos a las discusiones reunidas de  siglos ampliamente separados, debemos ser capaces de utilizar todas estas palabras intercambiablemente.

El hecho psicológico a las que todas se refieren,  son a las que todo ser humano ha experimentado en momentos de gran excitación, especialmente durante un intenso colapso por ira o por miedo. En su tratado sobre La Circulación de la Sangre, Harvey hace llamar la atención a “el hecho de que en casi en toda afección, apetito, esperanza, o miedo, nuestro cuerpo sufre los continuos cambios, y la sangre parece  circular mas fuerte y rápidamente.

En el enojo los ojos se llenan y las pupilas se contraen; en la modestia las mejillas se sonrojan; en el miedo, y bajo en sentido de infamia y vergüenza, el rostro es pálido” y “en la lujuria, que tan rápido el miembro se distiende con la sangre y se erecta”.

Las experiencias emocionales parecen involucrar un alertamiento de un gran rango de conmociones corporales, que incluyen cambios en la tensión de los bazos sanguíneos y de los músculos, cambios en el latido cardiaco y en la respiración, cambios en la condición de la piel y de otros tejidos. A pesar de que un grado de perturbaciones corporales parecerían ser un ingrediente esencial en todas las experiencias emocionales, la intensidad y la atención de las manifestaciones psicológicas, o de las conmociones corporales, no son las mismas o iguales en todas las emociones. Algunas emociones son mucho más violentas que otras. Esto lleva a James a diferenciar a lo que él llama “las emociones más burdas... en las cuales cada una reconoce una manifestación orgánica fuerte” y a las “emociones sutiles” en las cuales “las manifestaciones orgánicas son menos obvias y fuertes”.

Este hecho es algunas veces utilizado para establecer la línea entre las emociones verdaderas y lo que son solo sentimientos mediocres de placer y dolor o sentimientos duraderos. Sin embargo, los sentimientos pueden ser residuos emocionales –actitudes estables que prevalecen en la vida durante momentos de desprendimiento emocional y calma—, y el placer y el dolor pueden colorear a todas las emociones. “El Placer y el Dolor”, sugiere Locke, “son las articulaciones con las cuales nuestras pasiones se mueven”. A pesar de que no constituyen pasiones en el estricto sentido, ellas están absolutamente y cercanamente conectadas entre sí.

Si las emociones son disturbios orgánicos, al molestar el curso normal del funcionamiento del cuerpo, son algunas veces un descubrimiento moderno, conectado con la teoría de James-Lange en donde la experiencia emocional no es nada mas que “sentimientos de... los cambios corporales” los cuales “obedecen directamente a la percepción del hecho excitante”. Con este punto de vista, la explicación de las emociones parece ser lo opuesto al “sentido común”, que dice que, “cuando nos encontramos con un oso, nos asustamos, y corremos”. Según James, “esta secuencia de orden es incorrecta”, y  “la declaración más racional es que nos sentimos... asustados por que somos vulnerables”. En otras palabras, no corremos por que estamos asustados, sino estamos asustados por que huimos.

Este hecho acerca de las emociones era conocido en la antigüedad en la Edad Media. Aristóteles, por ejemplo, mantiene que la mera alerta de un objeto no induce al vuelo a menos que “el corazón será movido”, y Aquino declara que “las pasiones son propiamente encontradas donde están las transmutaciones corporales”. Él describe con extensión  los cambios corporales que toman lugar durante el enojo o el miedo. Solo muy recientemente, sin embargo,  aparatos y técnicas han sido establecidas para grabar y, en algunos casos, medir los cambios fisiológicos que acompañan a las emociones producidas experimentalmente –en animales y en el hombre.

Teorías modernas también intentan dar algo de luz a estos cambios orgánicos por destacar su utilidad adaptiva en la lucha por la existencia. Este tipo de explicaciones es desarrollado por Darwin en Las expresiones de la Emociones en el Hombre y en el Animal, y es adoptada por otros evolucionistas. “El animal salvaje, al mostrar sus dientes superiores”, James escribe, “es establecido por Darwin como un superviviente de los tiempos cuando nuestros ancestros poseían caninos, y los mostraban (como lo hacen ahora los perros) para atacar...

La distensión de las fosas nasales en el enojo es interpretado por Spencer como un eco de la forma en la cual nuestros ancestros respiraban cuando, durante el combate, su boca se llenaba una parte del antagonismo del cuerpo cuando había sido vencido... la lectura del rostro y del cuello es llamado por Wundt como un arreglo compensatorio para relevar al cerebro de la presión sanguínea, las cuales manifiesta el corazón con otras  excitaciones simultaneas.  La efusión de las lagrimas es explicada por el autor y por Darwin como un agente para retirar sangre de una forma similar al antes mencionado”.

Al revisar declaraciones de este tipo, James esta dispuesto a conceder que “algunos movimientos de las expresiones pueden ser atribuidas como repeticiones debilitadas de los movimientos que fueron (cuando eran más fuertes) de utilidad  para el individuo”; pero a pesar de que “podemos ver la razón para algunas reacciones emocionales”, él piensa, “otras permanecen en donde ninguna razón evidente  puede ser concebida”. La jerarquía, James sugiere, “pueden ser reacciones que son puramente resultados mecánicos de la forma en la cual nuestros centros nerviosos son confundidos, reacciones las cuales, a pesar de ser ahora permanentes en nosotros, pueden ser llamadas accidentales al tomar en cuenta su origen”.

Ya sea cierto o falso que todos los cambios corporales que ocurren en dichas emociones, como en el enojo o el miedo, sirven a su propósito para incrementar  la eficiencia del animal en el combate o en el vuelo –como, por ejemplo, el incremente del azúcar en la sangre y el mayor suministro de sangre a los brazos y a las piernas—parecen ser las emociones básicas que generalmente se piensa que están conectadas con los patrones instintivos determinantes del comportamiento,  por medio de los cuales  los animales luchan por sobrevivir.

Las acciones a las que llamamos instintivas”, James escribe, “son expresiones o manifestaciones de las emociones”: o, como otros escritores sugieren, una emoción, ya sea una expresión externa o una experiencia interna, es la fase central de un instinto en operación.

La observación de la cercana relación entre el instinto y la emoción no pertenece exclusivamente a lo moderno, o después de Darwin. Los antiguos también lo reconocían, a pesar de que en diferentes términos.  Siguiendo el análisis de Aristoteles de los varios “sentidos interiores”, Aquino, por ejemplo, habla del “poder estimativo” por medio del cual los animales parecen estar innatamente preparados para reaccionar a cosas prácticas o dañinas.

“Si un animal fuera conmovido por las cosas placenteras y desagradables que solo afectan a los sentidos” –esto es, a los sentidos exteriores—“no existiría una necesidad para satisfacer”, Aquino escribe, “que un animal posee un poder, sin tomar en cuenta la aprensión de esas formas que perciben los sentidos, y en los cuales el animal recibe placer, o de aquellos  en los que se encoge con horror”. Pero los animales necesitan buscar o evitar ciertas cosas para el establecimiento de sus ventajas o desventajas, y dichas reacciones emocionales de la aproximación o de evitar requieren, en su opinión, de un sentido de lo práctico y de lo peligroso, que es algo innato más que aprendido. El poder estimativo parece jugar un papel que después los escritores asignan como instinto. La relación del instinto con las emociones y con las necesidades biológicas fundamentales es mas adelante considerada, desde otros puntos de vista, en los capítulos de DESEO y HÁBITO.

Al igual que el deseo, las emociones no constituyen un conocimiento o una acción, sino algunas veces un punto intermedio entre uno y otro.

Las varias pasiones son usualmente alimentadas por los objetos percibidos, imaginados, o recordados, y una vez que son estimulados se tornan para originar impulsos para actuar de cierta manera. Por ejemplo, el miedo surge con la percepción de un peligro amenazante o con la imaginación de algún perfil temido. El objeto temido es de alguna forma reconocido como capaz de infligir una lesión con un dolor consecuente. El objeto temido es también algo de lo que uno naturalmente tiende a esquivar para evitar el daño. Una vez que el peligro es conocido y hasta que es evitado a través del vuelo o de alguna otra manera, el sentimiento característico del miedo prevalece durante toda la experiencia. Es parcialmente un resultado de lo que se conoce o lo que se hace y parcialmente la causa de cómo las cosas aparecen o como se comportan.

Analíticamente aislado de sus causas y efectos, las emociones por si mismas parecen ser los sentimientos, mas que el conocer o el hacer. Pero no es simplemente una atención de una cierta condición corporal. También involucra el impulso sentido para hacer algunas cosas acerca del objeto de la pasión.

Aquellos escritores que, como Aquino, identifican a las emociones con el impulso por medio del cual “el alma es atraída a algo”, definen las diversas pasiones como actos específicamente diferentes del apetito o del deseo –tendencias específicas para actuar. Aquino, por ejemplo, adopta a la definición dada por Damascene: “La pasión es un movimiento del apetito sensitivo cuando imaginamos al bien y al mal”.

Otros escritores quienes, como Spinoza, encuentran que “el orden de las acciones y de las pasiones de nuestro cuerpo coincide en naturaleza con el orden de las acciones y de las pasiones en la mente”, apegado a lo cognoscitivo mas que al aspecto impulsivo de las emociones.

Ellos respectivamente definen a las pasiones en términos de las características de los sentimientos, placenteros o implacenteros, que fluyen de la estimación de ciertos objetos como benefíciales o dañinos. Spinoza va mas allá en esta dirección cuando dice que “un afecto o una pasión de la mente es una idea confusa... por la cual la mente afirma a su cuerpo, a cualquier parte del mismo, con un mayor o menor poder de existencia que anteriormente”.

Parece no existir un problema serio aquí, para escritores de ambos tipos de reconocimientos, a pesar de que con diferente énfasis, de los dos lados de una emoción –la cognoscitiva y la impulsiva, aquella que encara hacia el objeto y aquella que lleva hacia la acción. En cualquier punto de vista, las pasiones humanas son vistas como parte de la naturaleza animal del hombre. Es generalmente admitido que los espíritus sin cuerpo, si es que existen, no pueden tener emociones. Los ángeles, Agustín escribe, “no sienten enojo mientras castigan a aquellos a quienes la eterna ley de Dios consigna al castigo,  no simpatizan con la miseria mientras relevan al miserable, sin miedo mientras ellos ayudan a aquellos que se encuentran en peligro”.  Cuando se le atribuyen emociones a los espíritus, es, dice Agustín, porque, “a pesar de que no poseen nuestras debilidades, sus actos se asemejan a las acciones a las cuales estas emociones mueven”.

En conexión con el objeto que las motiva, las emociones necesariamente dependen en los sentidos y en la imaginación; y sus perturbaciones e impulsos requieren de órganos corporales para su expresión. Es por esto, como se indica en el capitulo de DESEO, que algunos escritores separan a las pasiones de los actos de la voluntad, como pertenecientes a lo racional o específicamente al apetito humano. Aun aquellos escritores que no posicionan tan alto el papel de la razón, se refieren a las emociones como del aspecto animal del comportamiento humano, o a lo que algunas veces es llamado “la naturaleza menor del hombre”.

Cuando esta frase es utilizada, usualmente se refiere a las pasiones opuestas a la razón, no a la puramente función vegetativa que el hombre comparte con las planas al igual que con los animales.

Parece no existir duda que las emociones son comunes en el hombre y los animales, y de que están mas cercanamente relacionadas con el instinto que con la razón o la inteligencia. Darwin presenta instancias las cuales, él dice, prueban que “los sentidos e intuiciones, las emociones varias y las facultades, como el amor, la memoria, la atención, curiosidad, imitación, razón, etc.,  con las cuales el hombre juega, pueden ser encontradas en un incipiente, o aun algunas veces en un bien desarrollado sentido como observa Balzac, “los salvajes poseen solo emociones. El hombre civilizado posee emociones e ideas”.

La interrogante que surge donde las pasiones particulares son idénticas –o son solo análogas—cuando ellas ocurren en el hombre y los animales. Por ejemplo, ¿Es el enojo humano, no importa que tan cercanamente se asemeje a la ira de los brutos en su fisiología y en impulsos,  peculiar al hombre? ¿Es que solo el hombre experimenta indignaciones correctas debido a alguna mezcla en el, de razón y pasión? Cuando interrogantes similares son preguntadas acerca de las pasiones sexuales del hombre y de los animales, la respuesta determinara la visión que uno tome del aspecto característicamente humano del amor y del odio.

Puede ser también preguntado si, ¿El odio, como lo sufre el hombre, es experimentado por los brutos, o si ciertas pasiones, como la esperanza y el desespero, son conocidos para los brutos?

En la teoría tradicional de las emociones, el problema principal, después de la definición de la emoción, es la clasificación o agrupamiento de las pasiones, y el orden particular de las pasiones. El vocabulario del habla común en cualquier tiempo y cultura incluye un gran número de palabras para nombrar a las emociones,  y ha sido la tarea de los analistas decidir cuales de estas palabras designan a distintos afectos o afecciones. El carácter preciso de un objeto y la dirección del impulso ha sido, en su mayor parte, el criterio para la definición. Como hemos notado previamente, es solo recientemente que la observación experimental de los cambios corporales que han contribuido a la diferenciación de las emociones de una con otra.

Spinoza ofrece la más larga lista de pasiones. Para él, las emociones, las cuales todas “están compuestas de los tres principales: afectos, deseo, felicidad y tristeza”, se desarrollan en las siguientes formas: sorpresa, contento, amor, inclinación, aversión, devoción, esperanza, miedo, confianza, desespero, remordimiento, favor, indignación, sobre estimación, envidia, compasión, satisfacción, humildad, orgullo, despotismo, vergüenza, arrepentimiento, emulación, gratitud, benevolencia, enojo, venganza, ferocidad, audacia, consternación, cortesía, ambición, lujo, embriaguez, avaricia, y lujuria.

Muchos de los otros son, para Hobbes, derivados de lo que él llama “las pasiones simples”, que incluyen al “apetito, deseo, amor, aversión, odio, felicidad y luto”.

Existen mas emociones en la lista de Spinoza que en las que menciona  Aristoteles, Locke o James, pero las que ellos incluyen no son omitidas. Algunos de los artícilos en la enumeración de Spinoza son tratados por otros escritores como virtudes y vicios, más que como pasiones.

Las pasiones han sido clasificadas con referencia a un criterio variado. Como hemos visto, James diferencia a las emociones como “burdas” o “sutiles” en términos de la violencia o mediocridad en los cambios fisiológicos que la acompañan; y Spinoza las diferencia según como “la mente  pasa hacia una mayor perfección” o “a una menor perfección”. La división de Spinoza también parece implicar una distinción entre lo beneficial y lo dañino en el objeto que causa estos dos tipos de emociones, o por lo menos involucrar el componente opuesto del placer y del dolor, y en su punto de vista, las emociones que corresponden “a un mayor o menor poder de existencia que antes” son atendidas en su caso por “el placer excitante” y en el otro, por el “dolor”.

Hobbes utiliza otro principio para su división. Las pasiones difieren básicamente según la dirección de sus impulsos. Aquino añade otro criterio –“la dificultad o lucha... en adquirir ciertos bienes o en evitar ciertos males” lo cuales, en contraste con aquellos que nosotros “podemos fácilmente adquirir o evitar”, y los hacen, entonces, “de una ardua o difícil naturaleza”. En estos términos, él divide a todas las pasiones  en lo “concebible”, que se refieren   “simplemente al bien y al mal” (amor, odio, deseo, aversión, felicidad, tristeza), y lo “no factible”, lo cual “ve al bien y al mal como algo arduo, a través de ser difícil de obtener o evitar” (miedo, esperanza, desespero, enojo).

Dentro de cada uno de estos grupos, Aquino une a las pasiones particulares como opuestas, como la felicidad y la tristeza, o la esperanza y el desespero.

El enojo es la única pasión en la cual no se puede dar un opuesto,  mas que “la sensación de su movimiento” la cual Aristoteles llama “calma” y la cual Aquino dice ser un opuesto no por la forma “contraria, sino por la negación o la privación”.

Utilizando estas distinciones, Aquinas también describe el orden en el cual una pasión lleva o genera otra. Iniciando con el amor y el odio, pasando a través de la esperanza, del deseo y del miedo, con sus opuestos, y, después el enojo, terminado en felicidad o desespero. Por una parte, todos los observadores y los teoristas desde Platon hasta Freud parecen estar de acuerdo, que el amor y el odio recaen en la raíz  de todas las otras pasiones y generan a la esperanza y el desespero, el miedo y el enojo, según como las aspiraciones del amor prosperen o fracasen. Tampoco es la visión  que aun el odio se deriva del amor, peculiarmente el moderno, a pesar de que la teoría de Freud de lo que él llama “ambivalencia” del amor y el odio hacia el mismo objeto, parece ser parte de su propia contribución especial a nuestro entendimiento de las pasiones.

Considerando la amplia variedad de sentimientos humanos, estados de animo, y emociones. Heidegger señala una a la que ve como poseedora, se podría decir, de una importancia metafísica. Esta es la angustia. Por “angustia” no queremos decir “ansiedad”, que es lo suficientemente común y es semejante al nerviosismo; él añade que la angustia también “difiere absolutamente del miedo... Nosotros siempre estamos temerosos de esto o lo otro, que nos amenaza de esta u otra forma”. Pero la angustia, según Heidegger, “es pervertida por un tipo peculiar de calma”. Es “un estado de animo tan peculiar y tan revelatorio y a su vez no revela nada de sí misma",

El papel de las emociones o de las pasiones en el comportamiento humano siempre ha dado lugar a dos interrogantes, una concerniente al efecto del conflicto entre las emociones diversas, y la otra concerniente al conflicto entre las pasiones y la razón o la voluntad. Es la consecuente interrogante la cual ha sido uno de los mayores intereses de los moralistas.

A pesar de que las emociones humanas  pueden haber tenido orígenes instintivos y ser innatamente determinadas, las respuestas emocionales del hombre parecen estar sujetas a un  control voluntario, entones, el hombre es capaz de formar o cambiar sus hábitos emocionales. Si esto no fuera posible,  no pudiera existir el problema  moral de regular las pasiones; tampoco, por esta razón, podría existir un problema medico de terapia para un desorden emocional. El tratamiento psicoanalítico de la neurosis parece, entonces, asumir la posibilidad de una resolución voluntaria, o racional, del conflicto emocional –no sin la ayuda de esfuerzos terapéuticos para descubrir las fuentes de conflicto y para remover las barreras entre  las emociones reprimidas y la decisión racional.

La relación de las pasiones con la voluntad, especialmente su antagonismo, es relevante a la interrogante, si las acciones del hombre siempre conforman a su juicio del bien y del mal, o de lo correcto o incorrecto. Como lo discute Socrates, el problema del conocimiento y la virtud, parecería ser en su punto de vista, que para el hombre que sabe lo que es bueno  actuara de acuerdo. El hombre puede “desear cosas que imagina que son buenas”, él dice, “pero que en realidad son malas”. A pesar de su mala conducta, estará sujeto a un juicio equivocado, no a la discrepancia entre la acción y el pensamiento. Eliminando el caso de un juicio erróneo, Socrates  hace admitir a Meno que “ningún hombre desea o escoge nada malo”.

Aristoteles critica la posición socrática que se resume en la declaración de que “nadie... cuando juzga actúa en contra de su mejor juicio –las personas actúan con mal solo a través de la razón de la ignorancia”.

Según Aristoteles, “este punto de vista contradice a los hechos observados”. También admite que cualquier cosa que hace el hombre debe por lo menos parecer bueno para él en ese momento; y sobre estas bases, el juicio que algunas veces el bueno o malo parecerá determinar la acción correspondiente. En su análisis de la incontinencia, Aristoteles intenta explicar como el hombre debe actuar en contra de su mejor juicio y aun, en el momento de la acción, buscar lo que él mantiene ser bueno.

Las acciones pueden ser causadas por un juicio racional concerniente a lo que es bueno o por un estimado emocional de lo deseable. Si estos dos factores son independientes de uno con otro –mas que eso, si pueden tender a direcciones opuestas—entonces un hombre puede actuar bajo persuasiones emocionales en un momento determinado contrario a su predilección racional en otro momento, ya sea que  hombre actúe emocionalmente o racionalmente, Aristoteles piensa, y explica como, bajo fuertes influencias emocionales, un hombre puede hacer lo opuesto a lo que su razón le dicte ser correcto o bueno. El punto es que, mientras las emociones dominan su  mente y sus acciones, el no escucha a la razón.

Estos temas son mas adelante discutidos en el capitulo de TEMPERAMENTO. Pero debe ser notado aquí que las pasiones y la razón, o  la “mayor” y la “menor” naturaleza del  hombre, no siempre se encuentran en conflicto. Algunas veces las emociones o las actitudes emocionales sirven a la razón a través del apoyo de las decisiones voluntarias.

Los antiguos no subestimaban a la fuerza de las pasiones, tampoco se confiaban de la fuerza de la razón en su lucha para controlarlas, o para liberarse de ellas. Ellas eran adquiridas con la violencia de exceso emocional al que llamaban “locura” o “frenesí”.

Entonces, también, los teólogos de la Edad Media y los filósofos modernos como Spinoza y Hobbes. Pero no es hasta con Freud –y tal vez también con James—que encontramos en la tradición de los grandes libros una visión dentro de la patología de las pasiones, el origen de los desordenes emocionales, y la teoría general de la neurosis y el carácter neurótico como consecuencia de una represión emocional.

Para Freud, el hecho primario  no es el conflicto entre la razón y las emociones, o, en su lenguaje, entre el ego y el id.  Es mas la represión que resulta de dichos conflictos. En un lado de su ego, que “representa la razón y a la circunspección”,  posee “la tarea  de representar al mundo exterior”, o expresar lo que Freud llama “El princio-realidad”. Asociado con el ego esta el superego –“el vehículo del ego-ideal, por medio del cual el ego se mide así mismo, y aquellas demandas para una siempre creciente perfección que siempre busca completar”. Por el otro lado se encuentra el id, que “representa a las pasiones indomadas” y es la fuente de la vida intelectual.

El ego, según Freud, esta intentando constantemente “mediar entre el id y la realidad” y cumplir con el ideal puesto por el superego. Pero algunas veces falla en esta tarea. Algunas veces, cuando los caminos sociales no aceptables del comportamiento se encuentran disponibles para expresar los deseos emocionales en la acción, el ego, apoyado por el superego, reprime a las emociones o a los impulsos, esto es, los previene de expresarse abiertamente.

La gran visión de Freud es que las emociones reprimidas no se atrofian o desaparecen. Por el contrario, sus energías se acumulan y, al igual que un dolor, se manifiestan hacia adentro. Junto con las ideas relacionadas, los recuerdos, los deseos,  las emociones  reprimidas  de lo  que Freud  llama  “complejos”,  que  no representa solo el núcleo activo del desorden emocional, sino también la causa de los síntomas neuróticos y del comportamiento –fobias y ansiedades, obsesiones o compulsiones, y las varias manifestaciones físicas de la histeria, como la ceguera o una parálisis que no posee bases orgánicas.

La línea entre la neurosis y la normalidad, para los complejos emocionales reprimidos son, según Freud, también responsables por los ocultas o latentes significados psicológicos de los problemas del habla, de la memoria, del contenido de los sueños, y una gran variedad de otros fenómenos usualmente vistos como accidentales o como racionalmente determinados. De hecho, Freud algunas veces va al extremo al insistir que todos los procesos racionales aparentes –ya sea del pensamiento y decisión—son por sí mismos determinados emocionalmente; y que la mayoría, o todos, del razonamiento es solo la racionalización de los prejuicios o creencias arregladas emocionalmente.

La distinción antigua entre el conocimiento y la opinión parece ser un acuerdo esencial con el punto de vista que las emociones pueden controlar el curso del pensamiento. Pero al mismo tiempo, niega que todo el pensamiento es necesariamente domando por las pasiones. El tipo de pensamiento que esta libre del domino emocional puede resultar en conocimiento, si la razón por si misma no es defectuosa en su proceso. Pero el tipo de pensamiento que es dirigido y determinado por las pasiones debe resultar en opinión.

Por que pueden ser ordenadas después de salirse de orden, las emociones dan lugar a problemas para la medicina y la moral. Ya sea que exista o no una oposición fundamental entre el acercamiento medico o moral al problema, o ya sea que la psiquiatría es necesaria solamente cuando la moralidad ha fallado, o sea que la moralidad es en si parcialmente responsable por los desordenes que la psicoterapia debe curar, la diferencia entre los acercamientos morales y médicos es ahora claro. Médicamente, los desordenes emocionales necesitan de un diagnostico y de una terapia. Moralmente, necesitan de criticismo y corrección.

Las uniones humanas, según Spinoza, consisten en “la importancia  del hombre para gobernar o restringir los afectos... para el hombre que esta bajo su control y no es su propio maestro”. Un hombre libre es descrito como “el que vive según  los dictámenes de la razón solamente”, e intenta mostrar “que tanta razón puede controlar los efectos” para alcanzar lo que él llama “la libertad de la mente o bendición”. Mientras que los moralistas tienden a acordar en este punto, no todos ofrecen la misma prescripción para establecer la correcta relación entre la naturaleza mayor y menor del hombre.

El problema que surge aquí es también discutido en el capitulo de DESEO y DEBER. Y existe entre aquellos que piensan que las pasiones son intrínsecamente malas, los enemigos naturales de la buena voluntad, elementos sin ley que siempre se encuentran en rebelión en contra del deber; y aquellos que piensan que las pasiones representan un deseo natural por ciertos bienes que pertenecen una vida feliz, o a una aversión natural por ciertos males.

Aquellos que, como los Estoicos y Kant, tienden a adoptar  la visión mencionada, recomiendan una política de apego hacia las pasiones. Su fuerza debe ser  atenuada para poder emancipar a la razón de la influencia y para proteger a la voluntad de sus seducciones. Nada esta  perdido, según esta teoría, si las pasiones se atrofian y mueren. Pero si, según la doctrina opuesta, las pasiones poseen un lugar natural en la vida mortal, luego el enfoque debe ser,  no de desecharlas completamente, sino mantenerlas en su lugar.

Aristoteles entonces recomienda una política de moderación. Las pasiones pueden ser hechas para servir a los propósitos de la razón a través de restringirlas de los excesos y al dirigir sus energías a los fines que apruebe la razón.

Como las concibe Aristoteles, ciertas virtudes –especialmente el temperamento y el valor—son actitudes emocionalmente estables, o hábitos de respuesta emocional, las cuales conforman a la razón y se rigen bajo sus reglas.  Las virtudes morales requieren más que un control momentario o una moderación de las pasiones; ellas requieren de una disciplina que se convierte en habitual. A lo que Aristoteles llama continencia, opuesta a la virtud, consiste en el esfuerzo de la razón para verificar a las emociones que  siguen libres, por que aun no se han convertido en habituales bajo el mando de la razón.

El hecho de las diferencias individuales en el temperamento es de las mas importantes para los moralistas que están dispuestos a reconocer que las reglas morales universales se aplican a los individuos diferentemente según su temperamento. Ambos los psicólogos y los moralistas han clasificado al hombre en tipos de temperamento con referencia al domino o deficiencia de ciertas predisposiciones emocionales en su carácter hereditario. Estas diferencias temperamentales también poseen un aspecto medico o fisiológico al igual que ciertos elementos en el físico humano –los cuatro humores corporales de los antiguos o las hormonas de los modernos endocrinólogos—parecen ser correlativos con los tipos de personalidades.

Uno de los grandes problemas en la teoría política, se preocupa por el papel de las pasiones en las asociaciones humanas. ¿Se han unido los hombres para formar estados  por sentir inseguridad y amenaza de la anarquía natural y de la guerra universal, o por que vieron los beneficios que solo la vida política puede proveer?

En la comunidad política, una vez que es formada, ¿Es el amor y la amistad o la desconfianza y el miedo determinante en la relación de los compañeros ciudadanos, o de los gobernantes y gobernados? ¿O cada una de estas emociones son útiles para diferentes propósitos políticos y para el manejo de diferentes tipos de hombres?

Según Hobbes, cuando un hombre entra en un proletariado para poder vivir en paz uno con otro, son movidos parcialmente por la razón y parcialmente por sus pasiones. “Las pasiones que inclinan al hombre hacia la paz”, él escribe, “son el miedo a la muerte; deseos de este tipo son necesarios para la vida cómoda; y la esperanza de su industria para obtenerlos”. Pero una vez formado el proletariado, la única pasión que parece ser la protagonista de toda la actividad política es “un deseo perpetuo y sin descanso de poder y poder, que cesa solo con la muerte”; para un hombre que “no puede asegurar el poder y los medios para vivir bien, los cuales ha presenciado, sin la adquisición de más”.

No todos los pensadores políticos acuerdan con la respuesta que Machiavelli y Hobbes dan a dichos temas; tampoco todos hacen de esas preguntas los cimientos de sus teorías políticas. Pero existe un acuerdo general que las pasiones son una fuerza para ser reconocida dentro del gobierno del hombre; que el gobernante, ya sea un príncipe déspota o uno de cargo publico constitucional, debe mover al hombre a través de sus emociones al igual que a través del apego a la razón.

Los dos instrumentos políticos a través de los cuales una influencia sobre las emociones se ejercita, son la oratoria (ahora algunas veces llamada  propaganda) y la ley. Ambas pueden trabajar persuasivamente. Las leyes, al igual que  los discursos,  según Platon,   pueden poseer preámbulos, intencionados por los legisladores “para  crear la buena voluntad en la personan a quien esta dirigida, para esto, a través de esta buena voluntad, serán mas inteligentemente recibidos sus mandatos”. Pero la ley también conlleva la amenaza de la fuerza cohesiva. La amenaza de castigo a la desobediencia puesta en ella por el miedo, donde las herramientas del orador –o aun en el legislador en su preámbulo—no están tan restringidas. El orador puede jugar con la completa escala de las emociones para obtener las acciones o la decisión  que busca.

Finalmente, existe el problema si el hombre de estado debe ejercitar el control político sobre otras influencias que afectan la vida emocional de las personas, especialmente el arte de los espectáculos públicos. El mas temprano o tal vez la más clásica declaración sobre este problema es encontrado en La República de Platon y en sus Leyes. Consideraciones relevantes a la interrogante que propone, y las implicaciones de las diversas soluciones al problema, son discutidas en los capítulos de ARTE, LIBERTAD, y POESÍA.